UNA HISTORIA DE SUPERACIÓN
“No, no me arrepiento de nada. Ni del bien que me han hecho, ni del mal.
Todo eso me da igual. No, no me arrepiento de nada.
Todo está pagado, barrido, olvidado. Me importa un bledo el pasado.
Con mis recuerdos, he encendido el fuego, mis penas, mis placeres.
Ya no los necesito. Barrí todos los amores y todos sus temblores,
los barrí para siempre, vuelvo a empezar de cero.
No, no me arrepiento de nada. Porque mi vida, porque mis alegrías, hoy comienzan contigo…”
Edith Piaf
Es increíble la capacidad de superación que tenemos los seres humanos, las posibilidades que existen para renacer continuamente por muy dramáticas que sean las circunstancias y la fuerza arrolladora del amor y la pasión.
La vida de la cantante francesa Edith Piaf (1915-1963) no tiene desperdicio desde su nacimiento hasta su muerte a los 47 años, incluso años después puede inspirarnos mensajes muy diversos.
Huérfana de madre, pasó por las manos de sus abuelas para acabar siendo criada en un prostíbulo; temporalmente ciega de pequeña, se curó en una peregrinación religiosa; cantaba en la calle desde los 10 años, a los 17 tuvo una hija que murió dos años después; estuvo rodeada de muchos y famosos amantes y su vida pasó de un extremo a otro: de las adicciones al alcohol o a la morfina a los momentos de gloria, del dolor al placer, de episodios de casi muerte a aferrarse a la vida con ardor, de ser aclamada por el público a sufrir todos los prejuicios sociales por sus decisiones contracorriente.
Edith Piaf fue muy reconocida por su calidad artística, grandes compositores franceses compusieron canciones para ella y fue cantante habitual en el Carnegie Hall. Y la intensidad y extremos de su vida también se traducían en su voz.
Su forma de cantar era intensa y se caracterizaba por ese vibrato tan marcado que escuchamos en los vídeos. Cuando cantaba, tenía poca variación de dinámica (volúmenes), y transmitía siempre una sensación de “estar a tope”. Eso es muy característico de voces con gran intensidad emocional.
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